El mercado de pescados
Don Pascual uno de los hombres más cultos de la pequeña comunidad de Barahona en República Dominicana tenía un puestito de revistas en el centro del pueblo, la pintura color mostaza, con el paso de los últimos 30 años y de los camiones, se había vuelto de un color marrón mugriento dejando asomarse algunas partes de la oxidada lámina. Dentro del pequeño puesto, entre montones de revistas de segunda mano y algunas pilas de periódicos, podía verse a Don Pascual sentado en su pequeño y apolillado banquillo de madera leyendo algún libro de esos de los que nunca se venden, podían pasar horas antes que alguien se acercara a comprar el periódico que era lo único que vendía nuevo.
Cerca del puesto de Don pascual estaba el mercado de pescados, era sencillo ubicar el lugar ya que el olor lo anunciaba a un par de kilómetros antes de llegar, en general a nadie de Barahona le molestaba el aroma, excepto a Concha.
Fue en el mismo mercado de pescados donde ocurrió la tragedia de la cual se habló por meses. Sucedió durante la mañana, exactamente hace un año, justo cuando Concha cansada de su vida y del olor a pescado murmuraba entre dientes unas cuantas groserías al tiempo que le arrancaba las tripas a un pez gato.
Por generaciones, su familia se dedicó a la venta de pescados y mariscos en el mercado central, desde muy pequeña, Lupe, la madre de Concha, la llevaba con ella al puesto y la acomodaba en un pequeño corralito que le había improvisado con rejillas de madera. Lupe y su marido estaban muy orgullosos de su hija y tan pronto como les fue posible la fueron instruyendo en el negocio de la familia. Sin embargo, la niña conforme pasaban los años perdía el entusiasmó de estar entre pescados y sus padres. Por complacerla accedieron a enviarla a la escuela en las mañanas siempre y cuando ayudara en el negocio familiar en las tardes.
Eran las 8 de la mañana, ya habían pasado unas 3 horas desde que llegaron al mercado. Habían transcurrido solo unos días de que Concha se había graduado de la secundaria. Ahora trabajaba tiempo completo en el puesto, sus padres no podían estar mas orgullosos de que esa distracción de la escuela se hubiera terminado. Podría ahora enfocarse a su carrera en el mercado.
Si Concha hubiera sabido esa mañana lo que sus palabras causarían, seguramente se hubiera quedado callada mientras desescamaba el carite.
Yo quiero seguir estudiando, miraba desafiante Concha a su madre, soltó por un momento el afilado cuchillo, bajó la mirada, y prosiguió, me he inscrito en la preparatoria, creo que puedo hacer ambas cosas, estudiar y seguir ayudando aquí.
Lupe se puso pálida, luego se puso verde, y finalmente roja, y empezó a vociferar:
Concha! como se te ocurre seguir estudiando, eres una egoísta, nadie en nuestra familia ha estudiado mas allá del sexto año, tu padre y yo hemos sido muy generosos cumpliendo tu caprichito de estudiar la secundaria y solo por que no dejabas de llorar. Eres una malagradecida, olvida toda esa estúpida fantasía que no pasará. ¡Los tiempos no están para estudiar, están para trabajar!
Concha rompió en llanto y empezó a gritar como loca - ¡Te odio! ¡Te odio, y te voy a odiar para siempre! Ojalá te murieras, ya me tienes harta, lo único que te importa son tus cochinos pescados, nunca te ha importado lo que yo quiero.
Lupe se encolerizaba más, mientras observaba a su alrededor como todos murmuraban sobre el tremendo pancho que estaba haciendo Concha. Lupe se abalanzó sobre ella y le propinó tremenda cachetada mientras sus ojos se ahogaban en furia.
Muchacha mal agradecida, entiende que no puedes zafarte de lo que nos mantiene. - Los ojos le brillaban mientras le gritaba a Concha, de repente, sus manos comenzaron a temblar. No pasó ni un minuto de haber terminado de decir que ese era el trabajo del que no podía zafarse cuando la enorme mujer se desplomó en el piso, justamente sobre el periódico donde arrojaban las vísceras de pescado.
Concha se mantuvo inmóvil, con la mirada fija sobre aquel cuerpo regordete. Si bien nunca estuvo de acuerdo con ella, su intención nuca fue realmente que muriera, solo lo decía para molestar a su madre. Y ahora, Lupe estaba tendida ahí, sobre las tripas de pescado. El padre de Concha corrió a levantarla pero no fue fácil, Lupe era una mujer de unos 150 kilos mas o menos, no era una sencilla tarea moverla. Después de mucho rato el médico del lugar llego a valorar la situación y determinó que Lupe estaba muerta y no había nada más que hacer. El padre de Concha se fue con el cuerpo, lo subieron entre 8 en la caja de una camioneta de redilas. Concha permaneció en el puesto sin decir una palabra
Los chismes no se hicieron esperar, en cuestión de horas el pueblo entero hablaba solo de una cosa, Concha había matado a su madre de un coraje. Concha era una mal agradecida que la odiaba y deseaba que muriera. Lupe era una santa que había dado todo por su hija y a cambio ella la mató.
A Concha no le quedó mas remedio que bajar la cabeza, tomar el cuchillo y continuar entre lagrimas destripando pescados, finalmente era lo que su madre hubiera deseado para ella.
Comienza a oscurecer, Don Pascual empieza a amontonar las revistas en pequeñas columnas dentro del puesto y a cerrar las puertitas que sirven de ventanas, coloca los viejos candados en cada orificio para mantener cerradas las puertas y se aleja del bullicio cargando en una mano el viejo banquillo de madera y en la otra su empolvada vida.
Ariadna A - Julio 2004
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