The girl in the bar

El pequeño bar, vagamente iluminado se encontraba lleno, era jueves, detrás de la barra se encontraba Jil, tan alegre como siempre platicando con los clientes y preparándoles sus tragos. Era una chica simpática, hacía tiempo la conocía, siempre atendiendo a todos con una sonrisa y riéndose de sus chistes malos.

Al final de la barra, un hombre alto, delgado, con el cabello completamente blanco, aunque con certeza les digo que no pasa de los 50 años. De aspecto despreocupado y por la forma de acomodarse en el banquillo hacía pensar que solo era un tipo como cualquier otro. Ese soy yo, un tipo como tantos más, en una ciudad llena de tipos que pretenden hacer creer que todo está bien.

Gente entraba y gente salía, grupos de amigos que celebraban el cumpleaños de alguno de ellos y otros tantos que sólo "pasaban el rato", me sentí un viejo entre niños, me sentí solo una vez más.

Jil, tráeme otro whisky y platica conmigo!, la dulce chica hacía cuanto podía por hacerme sentir mejor, sabía lo generosas que eran mis propinas, y más aún después de un par de tragos. Sin embargo, aún con la charla de Jil me sentía solo en un bar lleno de gente feliz.

El bar estaba por cerrar, sólo Jil y yo quedábamos en el lugar, yo charlaba tonterías y Jil hacía como que me escuchaba, eso me bastaba y yo hacía como que le creía, estábamos en nuestro juego de pretender que nos importaba lo que el otro decía cuando una chica entró, y acercándose a la barra preguntó si aún había servicio.

No se qué fue lo que me impresionó tanto de ella que no podía dejarla de mirar, si lo pienso bien ahora, era una chica común a una hora poco común, de aspecto sencillo e inocente. Jil le dijo que estaba por cerrar pero que aún la podía atender. Yo seguía sin poder quitarle la vista de encima, pero no de una forma que la incomodara, era más como una mirada de curiosidad y asombro.

Buenas noches señor, como le va? Me preguntó tiernamente, sentí como si me cayera y regresara al mismo tiempo, que chica tan simpática y linda pensé, también me dio la impresión de que era muy joven pues me llamaba "señor".

Le dije me va bien, disfruto de un par de tragos antes de ir a casa, me miró inclinando la cabeza buscando el anillo en mi mano izquierda, como asegurandose que no la estuviera tratando de engatusar con alguna historia. Le conté que era casado y cada jueves venía a este bar. Le conté de aquí y de allá, de mi trabajo y de mis hijos que nunca me visitan, y el tiempo voló. Hacía tiempo que no tenía esa sensación de que alguien se interesara realmente en lo que tenía que decir, me sentí acompañado en ese momento por una chica que seguramente era de la edad de mis hijos.

El bar iba a cerrar y ella se debía ir, se despidió tan dulcemente como me saludó y sin poder decir nada la vi alejarse por el pasillo del bar. Me quise parar pero estaba más ebrio de lo que pensaba. Gil me subió a un taxi y me mandó a casa. No quería llegar, últimamente tomaba más y más seguido para no pensar en ella, mi hermosa Teresa, mi querida esposa que se me había adelantado y me había dejado en esta casa tan grande para mi solo.

Por un rato la chica que conocí en el bar me recordó a mi esposa años atrás, estuve tan inmerso en su plática y su gran parecido físico que ni si quiera le pregunté su nombre, a decir verdad estoy tan borracho en este momento que empiezo a dudar si en realidad pasó.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Perro Flaco

Diccionario Regio "A"