Algo de mitología para el 14 de febrero - Ariadna
El hilo del ovillo socorre a Teseo
Los ojos en los ojos, Teseo besa las manos de Ariadna.
Están unidos por el secreto de un amor y una traición: lejos de la sospecha de su padre, la joven ha entregado a su amado un ovillo de hilo. Y, orientándose con él, el Laberinto ha perdido su secreto para el héroe.
En brazos de Ariadna, Teseo revive los momentos de lucha contra el Minotauro: los caminos del Laberinto eran oscuros y tortuosos. El caminaba recorriendo corredores vacíos, donde la sorpresa podía surgir a cada momento. En sus manos llevaba el ovillo, que iba desenrollando poco a poco, para deshacer lo andado o reconocer el camino de retorno a la salida.
En un rincón oscuro, más negro que la noche, una sombra amenazadora se movió.
Teseo sintió que lo apretaban cada vez más unos brazos fuertes. Del cuerpo humano, terminando en cabeza de toro, vio muy próximos a él los ojos de fuego; sintió que le quemaba el rostro el calor de las narices jadeantes. El Minotauro, sediento de sangre joven, lo embestía.
Pero Teseo resistió. Los cuerpos unidos rodaron por el suelo. Los brazos aflojaron y la sangre brotó. El Minotauro, herido por el puñal de Teseo, se retorcía de dolor. Miró el ancho espacio y encontró las estrellas, mudos testigos de su derrota. Olvidado en el suelo estaba el ovillo. con gesto cansado y lento Teseo lo recogió y lo puso a caminar siguiendo el trazo del hilo.
Pronto encontró la claridad de las antorchas y pudo finalmente descansar en los tiernos brazos de Ariadna. Pero había que salir de Creta antes de que la sospecha brotase en el espíritu atento de Minos.
La embarcación navega serenamente hacia Atenas. flota en la noche soñolienta y lleva consigo dos corazones enamorados: los ojos en los ojos, Teseo y Ariadna escrutan el amor.
Dionisio
En Naxos la princesa Ariadna vivía el triste epílogo de una desgraciada aventura sentimental que tuvo principio en Creta. Fue allí donde Teseo, el ateniense, se vio encerrado en el laberinto del Minotauro.
Gracias a la ayuda de la princesa, el joven consiguió escapar del lugar. Prometió casamiento a la doncella y la indujo a partir con él, pero al llegar a Naxos, mudó de parecer y allí mientras estaba dormida, la abandonó. Al despertar de su sueño, en vano buscó Ariadna al amado entre las rocas y a lo largo de las playas. Sólo el eco respondía a sus llamados. Por fin, Ariadna rompió a llorar desesperadamente.
Afrodita que desde el Olimpo vio su desconsuelo, se compadeció del infortunio de la princesa y partió para Naxos. Enjugó sus lágrimas tiernamente y le prometió un esposo inmortal. ya sabía la bella diosa que Dionisio se dirigía hacia esas playas, y estaba dispuesta a que se enamorara de Ariadna.
En efecto, tan pronto como el dios desembarcó en su isla predilecta, vio a Ariadna y se enamoro de ella. Entre las primeras palabras que dijo, expresó el deseo de desposarla. Y la joven consintió, feliz al ver cumplida la promesa de Afrodita. Como regalo de bodas recibió de su divino marido una corona de oro incrustada de piedras preciosas, tan envidiable por su belleza como por su valor.
Sin embargo, el matrimonio con un dios no le concedió la inmortalidad. Y un día Ariadna, envejecida y cansada partió para el reino de las sombras. Entonces Dionisio, inconsolable, tomo su corona de oro y la arrojó hacía el cielo. A medida que la joya ganaba altura, las piedras se tornaban más y más brillantes, hasta que se trasformaron en estrellas. Fijada para siempre en lo alto del firmamento bajo la forma de una centelleante constelación, la corona de Ariadna testimoniaría para siempre, ante mortales e inmortales, el inmenso amor de Dionisio hacia la hermosa princesa cretense.
Notas Curiosas:
Para los griegos Ariadna es el alma que, en el momento justo, cuando Teseo está más desesperado, le entrega una respuesta y una salida, una llave, una solución. Eso que vibra, eso que vive, eso que nos proporciona las soluciones en el momento justo, eso es Ariadna, el Alma, la salvadora que aparece oportunamente y nos da la solución para resolver nuestro problema.
Minotauro era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Era hijo de Pásifae, esposa de Minos, y un toro que Poseidón había enviado a Minos. Minos muy vergonzoso por el nacimiento de tal monstruo, mandó que el arquitecto Dédalo construyera para él el Laberinto, un palacio donde encerró al Minotauro, que era antropófago (comedor de hombres).
Teseo pronto enfrentó este grave asunto cuando llegó el momento de pagar la "contribución" a Minos.
El pueblo había empezado a mostrar su descontento. Se dice que Minos elegía a los jóvenes que caerían victimas del Minotauro y exigía que fueran sin arma alguna. Estos inocentes no tenían posibilidades de salvación, pues se perdían en la laberíntica construcción donde les encontraba el toro y les despedazaba.
Teseo decidió ser uno de los siete jóvenes que servirían de alimento al Minotauro, con el objeto de aniquilarlo.
Avanzaba el barco con el fúnebre cortejo, con sus velas negras desplegadas. Egeo lo había equipado también con velas blancas por si el regreso fuera exitoso. Esta seria la señal de la buena nueva, antes de anclar en puerto. Teseo llegó a Creta y fue llevado junto a los otros jóvenes al leberinto.
Sin embargo, Ariadna, la hija de Minos se enamoró de Teseo, y antes de que el joven entrara en el palacio del Minotauro, le dio un ovillo de hilo y le aconsejó que atara un extremo a la salida del laberinto y que lo desenvolviera conforme avanzara pra no perder su camino. Es más, Ariadna le pidió que cumpliera su promesa de llevarla con él, como su mujer, a Atenas.
Teseo logró vencer al Minotauro y liberó a sus compañeros. Acto seguido escaparon junto con Ariadna, sin ser vistos. No obstante, llegados a Naxos, una de las escalas de su viaje, Teseo abandonó a Ariadna, quien se consoló rápidamente en brazos del dios Dioniso. Aunque todo marchaba muy bien, los viajeros, entusiasmados con el regreso, olvidaron de cambiar las velas negras por las blancas de la alegría.
El infeliz Egeo, desde Sounio, divisó el barco a lo lejos y viendo que tenia enarbolado el negro velamen, dio por segura la muerte de su hijo y se arrojó desapareciendo en el mar, que desde entonces se denomina Mar Egeo.
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