Deja vu


"Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben… También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya… Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría Eclesiastes 9:5-10”, eran las palabras escritas en un pequeño panfleto que dejaron en mi puerta esa mañana, mis pensamientos se volcaron sobre aquellas palabras y durante la mañana jugueteé en mi cabeza sobre el tema. 




Me puse a pensar que hay quienes dicen que cuando mueres tu alma va al cielo o al infierno (según te hayas portado), otros dicen que reencarnas en un animal o cosa (según el bien o mal que hiciste), otros más aventurados dicen que vuelves a nacer hasta que aprendas lo que necesitas saber y el resto de las personas entre otras cosas opina simplemente que desapareces y no hay más. Lo único seguro es que nadie tiene la certeza de ninguna de las suposiciones anteriores, lo único en lo que todos estamos de acuerdo es que un día vamos a morir, unos primero y otros más adelante. 

Yo era del grupo de los últimos que pensaba que llega tu momento de dejar este mundo y no hay nada más. En mi interior era más sencillo pensar que realmente no importa nada, no somos imprescindibles, el mundo sigue con o sin nosotros. A veces pensaba, ¿que caso tenía intentarlo?, finalmente todo llega a su fin y no hay nada más. 

Que caso tenía entonces intentarlo si de cualquier manera nos vamos de aquí sin nada, estaba deprimida, nunca fui de las chicas que se rodeaban de montones de amigos, en general la gente me asusta y prefiero la seguridad de mi misma donde se que esperar la mayoría de las veces. Sin embargo y muy a mi pesar, donde vivo no funcionamos así, es por eso que a veces lo intento y me acerco a la gente sin estar ahí y sin quedarme mucho tiempo. 

Mi vida transcurría lentamente como quien camina por un sendero poco iluminado, solo hacía lo que tenía que hacer y no más. Hasta que un día las cosas cambiaron dramáticamente. 


Recuerdo como si fuera ayer cuando conocí a Alex, yo estaba sentada en una esquina cuando lo vi entrar por el corredor, caminaba seguro, con la mirada serena y paso firme, caminaba sin prestar atención a nada en particular, solo habían pasado unos segundos y ya se había robado toda mi atención. Mi curiosidad se desbordaba, quería saberlo todo de él, moría por acercarme y preguntarle de todo. Sin embargo, no tardé mucho en darme cuenta que solo era presa de mi ansiedad y que ni si quiera sabía como  acercarme a una persona que en mi vida había visto, finalmente lo seguí con la mirada hasta que desapareció al fondo del corredor. No estaba segura que había pasado ahí pero era obvio que necesitaba saber más. Olvidé por un momento mi apatía acostumbrada y en silencio sonreí.

Permanecí mucho rato sentada pensando en el chico apuesto que acababa de pasar frente a mis ojos y que por supuesto no me había visto. Era la primera vez que alguien secuestraba mi atención de esa manera, era tan fuerte la sensación como si hubiera encontrado a alguien que dejé hace mucho tiempo atrás y sin embargo no lo recordaba. Me sentía extrañamente cercana y atraída a este chico. Decenas de emociones me abordaron al mismo tiempo abrumándome y burlándose a carcajadas de mi. En que momento vino alguien a causarme tal alboroto interno, no era aceptable, estaba dispuesta a olvidar todo aquello y convencerme que no era más que una de tantas personas que a diario pasa por ahí.

Esa noche como muchas otras que le siguieron no dormí, me pasé la noche entera recorriendo la misma escena y tratando de recordar si lo conocía de antes. Definitivamente no lo recordaba, sentía una curiosidad casi enferma por saber quien era y que hacía aquí. Me odiaba a mi misma por comportarme de una manera tan infantil.

El día siguiente y muchos otros que vinieron después esperé sentada en el mismo rincón solamente para verlo pasar, siempre la misma rutina disimulada, siempre la misma sonrisa que se me escapaba cuando desaparecía al fondo del corredor. El tiempo siguió su marcha, las hojas de los árboles cambiaban de color, y el viento me jugaba malas pasadas revolviéndome el cabello a su antojo, mientras tanto cada día el chico lindo pasaba y yo me limitaba a observarlo, aún no sabía su nombre y ya sabía tanto de él, por  ejemplo disfrutaba andar solo, tenía una expresión totalmente serena y despreocupada, si bien no sabía lo que había en su cabeza su andar me daba la impresión que todo estaba bien con él. Vestía impecablemente y de manera discreta, me gustaba pensar que no le gustaba llamar la atención. Para ser franca yo era la única persona en ese corredor que notaba su presencia. Era curioso como alguien puede pasar totalmente desapercibido para algunos, mientras que para mí era imposible no notarlo. 

Una mañana que extrañamente amanecí de un humor felizmente chispeante me armé de valor y me topé con él en su camino, sin preámbulo alguno le pregunté si estudiaba en este campus, y el mejor pretexto que se me ocurrió fue que tenía problemas para encontrar la oficina de un maestro, dicho esto quizás él podía orientarme (claro que todo era un mero truco barato falto de creatividad para poderme acercar). El chico lindo me dijo "Me llamo Alex y sí estudio aqui, en este momento tengo algo de prisa pues tengo clase, pero si me buscas en un rato más te ayudo a buscar la oficina." En ese momento el mundo cambió de color, y yo traté de poner la cara menos expresiva que pude y solo asentí. Me fui en la dirección contraria, lentamente como si no me importara. En realidad estaba tan emocionada que gritaba por dentro, después de casi 6 meses el chico lindo conversaba conmigo y se ofrecía a ayudarme. 


Fue a partir de esa conversación que mis interacciones con Alex se volvieron mas frecuentes y el negro velo que por mucho tiempo sentí sobre mí se había ido a otro lado. Alex causaba un efecto peculiar en mi interior, era un chico que me hacía reír y llenaba mi día de tonterías felices, no había tiempo para pensar en la tragedia o el dolor.  


Con el correr de los días tuve mas confianza de abrirle mis pensamientos, y aunque con cautela, anticipándome a su reacción le fui contando un poco de mí, siempre con el miedo que se asustara y se alejara como mucha gente lo hizo antes, este chico tenía una extraordinaria habilidad de ver a través de mis ojos como si fueran puertas abiertas, esa facilidad de hacerme ver los pedazos para poderlos unir lo hacía especial y el más querido de los pocos amigos que tenía. No sabía exactamente que quería de Alex, no me lo preguntaba ni quería saberlo, lo único de lo que estaba segura es que no quería que se fuera, que se fuera otra vez? De vez en cuando esa sensación me cubría, el sentir que antes ya se había ido.

Pasaron los meses y el estar cerca de Alex se convirtió en mi punto de referencia cada vez que emocionalmente me iba de lado, al principio no pensaba mucho por que en numerosas ocasiones me alejaba de la realidad que todos conocemos y me acercaba a la mía propia. Después de muchos años y muchos eventos desafortunados lo sentí, estaba ahi, nunca se fue, era el recuerdo que vivía muy a lo lejos y tomaba forma de sentimiento, se mostraba frío y me ponía a temblar, entonces lo entendí y lo guardé para mí misma.


La muerte a veces no hace bien su tarea con todos y deja pedazos sin borrar, vienen a nosotros mismos como una sensación que es el vestigio de un evento ya vivido, eso que suelen llamar "deja-vu" no es más que el recuerdo mal borrado de algo que nos pasó anteriormente, ¿será que entonces no desaparecemos cuando morimos? ¿Será que nuestra alma sin memoria anda deambulando por ahí buscando por instinto en cada realidad a quien antes fue esa persona especial? Nunca sabré bajo que circunstancias conocí a Alex cuando estuvimos vivos, solo puedo estar segura de los sentimientos que no  se borraron quieren tenerlo cerca.


Mi amigo de antaño, no lo sabes pero, aún me deprimo y pienso que mi alma estuvo dormida mucho tiempo en un lugar frío y sin luz hasta que sin percatarte de ello tu la encontraste y la trajiste de regreso, todo eso, sin siquiera darte cuenta.




Ariadna Alonso

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