Y siguió cantando muy bajito
Era víspera de navidad, Santiago aunque rodeado de gente se encontraba triste. Trataba de sonreír cada vez que los gritos de los chiquillos se dejaban oír por toda la habitación. En la cocina se horneaba un delicioso pavo, hecho al pie de la letra con la receta de doña Lucrecia quien en vida fue la abuela de su esposa. Mientras el aroma del pavo jugueteaba por los rincones, Santiago hacía su mejor esfuerzo por disfrutar la velada. Escuchaba a lo lejos a su esposa y las hermanas de ella "comentar" sobre la nueva vecina y su imprudente manera de vestir, sobre los mal educados hijos de una de las primas que viven en Estados Unidos (y que este año no las invitó a pasar las vacaciones) y otras tantas tonterías más sin sentido de cuanta mujer recordaran en ese momento.
En el sillón de enfrente se encontraba Tomás, el esposo desobligado de una de sus cuñadas. Tomás contaba con la única gracia de no ser feo, fuera de eso era un flojo mantenido, uno guapo, pero al fin y al cabo flojo. Para colmo de males el único que notaba la zanganees de Tomás era Santiago, ya que para su esposa y las hermanas de ésta, él era el más agradable y bueno de todos los hombres de la tierra.
Cada navidad era lo mismo, las hermanas de la esposa de Santiago llegaban con sus hijos y esposos. Y Cada navidad en esas fechas Santiago se ensimismaba y recordaba a la que alguna vez le rompió el corazón.
Meses antes de comprometerse, Santiago pasaba largas jornadas laborales con su mejor amiga y colega Mónica Galindo. Eran inseparables, Mónica estaba secretamente enamorada de Santiago, pero éste no le correspondía ni se daba cuenta de ello ya que su relación con ella era simplemente de amistad, además de que Santiago estaba absolutamente enamorado de su novia. Mónica se conformaba con su compañía y los dos la pasaban excelentemente bien en la oficina, apoyándose como lo hacen los amigos y compartiendo las frustraciones y logros propios de sus empleos como contadores.
Fueron tantas las pláticas y anécdotas que compartieron que llego el momento que se conocían tanto que ya pensaban como una pareja, sin embargo el conocerse de esa manera ponía inquieto a Santiago y prefirió pintar una raya en esa peligrosa amistad. "Ni un milímetro menos de este límite podemos movernos jamás" le dijo a Mónica, "así que no esperes más que la amistad que te tengo".
Como era de esperarse Mónica se sintió ofendida ante tal aclaración. Después de un tiempo ella pidió su cambio a otra ciudad y dejó de buscar a Santiago.
Cada diciembre Santiago cerraba los ojos y se imaginaba una casa, la misma casa donde tantas veces se imaginó con Mónica cuando ella se fue y donde las paredes estaban llenas de anécdotas y fantasías bobas que platicaron alguna vez. La diferencia es que aunque era la misma casa ahora la imaginaba vacía, con las paredes en blanco y sin Mónica por ningún lado. Extrañaba a su amiga, quizás la extrañaba más allá de la amistad y apenas se estaba dando cuenta de ello.
Estaba tan acostumbrado a ella que no se percató en qué momento eso ilusionaba a Mónica. Santiago aún con los ojos cerrados comenzó a cantar una triste canción de navidad, una lágrima rodó por su mejilla, la secó y siguió cantando muy bajito, en su mente deseó que Mónica escuchara la canción.
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